miércoles, 16 de marzo de 2011

Un espejo, una peonza, un calendario.

Y mientras el mundo arde
niños imberbes
comen helados de palo.

Y muertos de risa
juegan a esquivar el sol
en cementerios de payasos.

Observo.
Recuerdo mis prólogos
de una vida sin índices
ni portadas.

Y escribo el recuerdo,
la venganza de la niñez enterrada.

No hubo niños con flores
en el funeral de la eterna inocencia.
Ni finales felices.
Tan sólo un yo que querría ser nadie.
Un tú tratándome de usted.
Un señor enterrando una peonza
en un baúl sin fondo
y con llave.

Volar para que las raíces
no lleguen a las cloacas.
Escribir por el miedo a un folio en blanco.
Y escuchar…escucho.
Escucho y me seduce el silencio
de los parques abandonados.
Y continúo buscando el mejor escondite,
y el puesto de helados.

Pero mi mundo arde,
y se derriten los helados de fresa,
y en mi escondite se ocultan
los adultos exiliados.

Y corro.
No hay casa, ni cruci, ni polis, ni cacos... pero corro.
Huyo del niño al que ahorca mi corbata.
Del señor que viste mi esqueleto.
Del cigarro que mató mi infancia.

Corro, corro, y corro,
pero el calendario me alcanza y me tortura
tachando con cruces negras
las puestas de sol.
Y al mundo le salen granos, y canas, y barba.
Y los príncipes roban a los piratas.
Y los cuentos acaban sin perdices.
Y los helados se derriten
al calor de la inocencia quemada.

Un amargo sabor a cianuro
al masticar segundos
nos recuerda que el tiempo
está hecho de veneno.

Y las estacas
que ahora son espadas de juguete
pronto serán bastones cumpliendo
la función del tercer pie hacia la muerte.

¡Niños perdidos! ¡Niños perdidos!
¡Corred cuanto os permitan las piernas!
Relojes con machetes buscan rastros de inocencia.

¡Niños perdidos! ¡Niños perdidos!
¡Peter Pan ha muerto!
Los relojes son brújulas al cementerio...

Pablo García-Inés
Alpedrete  2003

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