viernes, 13 de septiembre de 2019

Te llamaré olvido

A veces bebo a solas en los parques de Pinto.


Hay niños columpiándose con rabia,
como intuyendo que al verano 
se le acaban los suspiros. 


Juegan a patear el vientre mullido de las nubes
con la punta descalza 
de sus diminutos dedos.


-¿Quién será ese loco solitario que nos mira?-
supongo pensarían si existiera
algún atisbo de la presencia mía 
en la mirada suya.


Pero no miran.
No piensan.


Se lanzan al horizonte con impulso espartano
estirando con fuerza hacia el sol las piernas.
(Supongo que a esas edades uno 
todavía sueña con que vuela.)


Mantengo una distancia justa,
tan prudente como tímida y cobarde,
y escribo,
sobre el pavor a los parques que le tengo,
cuando septiembre asoma sus colmillos.


Antes
por el niño que fui y que ya no habito,
ahora,
por el niño con sus ojos y sus rasgos,
(los de ella, sin los míos)
que tanto, tanto, temo hallar en cualquier parque,
pero que tanto, tanto, busco.


-Hola. 
Pequeño.
no me conoces pero...
soy el “y si” de otro tiempo,
el demasiado lejos 
demasiado tarde 
demasiadas veces,
el que perdió la batalla de los findes,
el plan b cuando en la cima
se empieza a añorar el abismo.


Éramos. Todo.
Lo que arde y quema.
Ahora. 
Nada.


-Tienes la mirada de ella, ¿sabes?
Esa forma de derretir glaciares.
Ese fuego bajo la piel latiendo.


Te diría: cuídala como yo no hice, 
abrázala por mí y por todos mis compañeros,
quiérela como se quiere al mar y al chocolate,
al verano y los abuelos,
quiérela,
quiérela pero que nunca,
nunca,
sepa o intuya
que todavía…
la quiero.


-Hola.
Pequeño.
No sé cómo llamarte, 
pero siendo imposible y lejano,
te llamaré Olvido.


Siento el apodo macabro,
tal vez mezquino.


Si la suerte, buena o mala, fuese otra,
sabría tu nombre...
por haberlo elegido.


Pablo García-Inés