miércoles, 1 de agosto de 2018

No te vayas

No te vayas.
Deja que al final del verano
en los corredores de Barajas
anuncien las azafatas tu nombre sin respuesta:
“Última llamada para la pasajera Sara Segovia…”
y cuando esperen tu carrera de último minuto
déjales con las jodidas ganas,
déjales el silencio como pista de la ausencia,
o grítales conmigo hasta quedar afónica
desde la orilla de cualquier mar europeo:
-¡Lo siento pero no llego!
o yo que sé, ojalá:
-¡Lo siento, pero no quiero!


No te vayas.
Ya sé que las anclas no definen tu bandera
que los vientos del sur soplan a otros puertos,
pero a veces,
el mar es un banco en la Latina
el leve balanceo de dos almas de resaca
el bar de la calle Salitre
el naufragio a las puertas del Candela.

No te vayas,
déjate mecer a este lado del océano
prolonga tu regalo de sal a mi ciudad sin olas
y vuélvete cotidiana entre sus calles,
imprescindible en todos sus latidos
amiga íntima del barman y el librero.


No te vayas.
Hagamos del 16 aniversario con festejos
del día en el que “casi”,
el momento en el que “a punto”,
la mañana en la que “cerca”,
cerca estuvo de teñirse
de adioses y crujidos cada calle
que ahora se inunda
de tu baile de fuego.


No te vayas, Sara.
O mejor aún,
vete.


Lárgate al lugar que olvidaron dibujar los mapas,
lánzate al mar como un mensaje de botella
y mécete hasta encallar desnuda.


Márchate como se marchan las cigüeñas,
como se marchan los veranos y las nubes.


Vete.


Vete y no vuelvas,
nunca vuelvas,
piérdete como aguja en mil pajares,
como se pierden papeles y cordura.


Piérdete Sara.


Pero pídeme antes
    que contigo,

          me pierda.

Un verano con Mariana

-Quiero ir al lugar
donde se ven las olas más grandes del mundo- me dijo,
y yo en silencio con la lengua entre los dientes
callaba que el tsunami que me invade cuando habla
dejaría aquel lugar atlántico y remoto
como un mísero charquito de pradera.


Silencio.
Por no responderle tímido y nervioso:
-Mariana,
llévame a un rincón pequeño,
al rincón más pequeño del mundo,
para que no haya ni espacio entre las pieles
ni huecos donde quepan los relojes,
y así un único oleaje nos transporte
a lomos del tiburón de tinta
de la playa que dibujas cuando ríes
hasta el puerto pirata
en la isla de tu ombligo.


¿Y qué problema con Mariana...?
Me gritan al oído las canciones.
¿Qué problema?
Diría que todos o ninguno,
tal vez el vértigo
tal vez el precipicio que me llama,
cuando una piel que envuelve tanto,
que atrapa tanto,
también me envuelve
y me voltea entre sus sueños y cosquillas,
y me sumerge en sus océanos, joder,
en sus océanos.


Qué será.
Será que llegó y eligió tiendita,
y yo que buscaba hogar me trajo el fuego,
y yo, que buscaba paz preferí su guerra,
caer,  en la trinchera de aguardiente y sábanas revueltas
que me proteja cuando vuelvan las nostalgias
como una lluvia
de balas perdidas.


Cómo te explico,
cómo explicar el fuego a los delfines…
cómo hablarles de la llama...
decir que es algo… así como ella,
que hipnotiza si la miras sin reojos,
que está hecha de historias y retratos,
que sabe del mar y de tormentas
y que quema... sí,
pero que quema tan rico...


¿Y qué problema con Mariana..?
Diría que todos,
todos los problemas que busco
y que encuentro en ella:
las palabras que atrapan, las miradas que muerden,
los labios que callan lo que el palpitar no calla,
el silencio que sobra porque es tanto,
es tanto lo que guarda bajo llave,
que a cada paso suyo se mueve
el eje del mundo.


Y el norte se vuelve sur.
Y el sur es ella.


Y es que Mariana es un problema
de esos a los que quieres asomarte y sumergirte,
tirarte de cabeza sin cabeza
sin armadura flotador ni escudo,
y dejar que el problema mande cada noche
y que te invada la piel con sus lunares
que se mezclen con los tuyos como un puzzle
hasta crear una constelación sin nombre
a la que tal vez llamemos por azares
la cruz del mar de Barranquilla”.


Porque Mariana escuece,
para que te sepas vivo.


Brilla,
para lanzarte hacia sus rocas.


Existe,
para que exista el paraíso.


Pero…
seamos sinceros.
Tal vez me autoengaño como antídoto.
Me miento como el mago que se olvida del truco.
El caso es que no habrá presente alguno
construyendo esos recuerdos que me invento.


Porque el problema de la imagen
de Mariana y sus misterios
abrazando las olas más grandes del mundo,
es que será colgada de otra piel con otro nombre,
con otros labios y otros miedos,
y la piel que yo habito dormirá sin olas
sin lunares tiburones ni cosquillas
en un Madrid que ya,
sin Mariana,
vuelve a ser huérfano de playas y oleajes,
abstemio de vinos y aguardientes,
ajeno al Caribe y a la selva.


El problema con Mariana y su tormenta
es que una vez probado el fuego,
una vez esculpida la nostalgia
y a falta de su incendio quijotesco,
la cordura del resto de mortales...

vuelve a ser el mayor de mis problemas.