miércoles, 1 de agosto de 2018

Un verano con Mariana

-Quiero ir al lugar
donde se ven las olas más grandes del mundo- me dijo,
y yo en silencio con la lengua entre los dientes
callaba que el tsunami que me invade cuando habla
dejaría aquel lugar atlántico y remoto
como un mísero charquito de pradera.


Silencio.
Por no responderle tímido y nervioso:
-Mariana,
llévame a un rincón pequeño,
al rincón más pequeño del mundo,
para que no haya ni espacio entre las pieles
ni huecos donde quepan los relojes,
y así un único oleaje nos transporte
a lomos del tiburón de tinta
de la playa que dibujas cuando ríes
hasta el puerto pirata
en la isla de tu ombligo.


¿Y qué problema con Mariana...?
Me gritan al oído las canciones.
¿Qué problema?
Diría que todos o ninguno,
tal vez el vértigo
tal vez el precipicio que me llama,
cuando una piel que envuelve tanto,
que atrapa tanto,
también me envuelve
y me voltea entre sus sueños y cosquillas,
y me sumerge en sus océanos, joder,
en sus océanos.


Qué será.
Será que llegó y eligió tiendita,
y yo que buscaba hogar me trajo el fuego,
y yo, que buscaba paz preferí su guerra,
caer,  en la trinchera de aguardiente y sábanas revueltas
que me proteja cuando vuelvan las nostalgias
como una lluvia
de balas perdidas.


Cómo te explico,
cómo explicar el fuego a los delfines…
cómo hablarles de la llama...
decir que es algo… así como ella,
que hipnotiza si la miras sin reojos,
que está hecha de historias y retratos,
que sabe del mar y de tormentas
y que quema... sí,
pero que quema tan rico...


¿Y qué problema con Mariana..?
Diría que todos,
todos los problemas que busco
y que encuentro en ella:
las palabras que atrapan, las miradas que muerden,
los labios que callan lo que el palpitar no calla,
el silencio que sobra porque es tanto,
es tanto lo que guarda bajo llave,
que a cada paso suyo se mueve
el eje del mundo.


Y el norte se vuelve sur.
Y el sur es ella.


Y es que Mariana es un problema
de esos a los que quieres asomarte y sumergirte,
tirarte de cabeza sin cabeza
sin armadura flotador ni escudo,
y dejar que el problema mande cada noche
y que te invada la piel con sus lunares
que se mezclen con los tuyos como un puzzle
hasta crear una constelación sin nombre
a la que tal vez llamemos por azares
la cruz del mar de Barranquilla”.


Porque Mariana escuece,
para que te sepas vivo.


Brilla,
para lanzarte hacia sus rocas.


Existe,
para que exista el paraíso.


Pero…
seamos sinceros.
Tal vez me autoengaño como antídoto.
Me miento como el mago que se olvida del truco.
El caso es que no habrá presente alguno
construyendo esos recuerdos que me invento.


Porque el problema de la imagen
de Mariana y sus misterios
abrazando las olas más grandes del mundo,
es que será colgada de otra piel con otro nombre,
con otros labios y otros miedos,
y la piel que yo habito dormirá sin olas
sin lunares tiburones ni cosquillas
en un Madrid que ya,
sin Mariana,
vuelve a ser huérfano de playas y oleajes,
abstemio de vinos y aguardientes,
ajeno al Caribe y a la selva.


El problema con Mariana y su tormenta
es que una vez probado el fuego,
una vez esculpida la nostalgia
y a falta de su incendio quijotesco,
la cordura del resto de mortales...

vuelve a ser el mayor de mis problemas.

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