Serán las alas.
Tan ajenas, tan artificiales.
Será que ni conozco ni me
importa
ni un solo rostro, un solo
nombre,
de las 200 soledades
que las próximas doce horas
compartiremos cielo
y comida plastificada.
Será que ni siento el
gusanillo
que habita en los estómagos
nómadas
que mudan de piel y de
morada.
Devorado por los cuervos,
vuelo.
Abajo el mar, creo.
El día que crecí de golpe
se hizo la ventana espejo
y bajé
para siempre
la persiana.
Qué feo.
Mirar al paisaje y verse.
Qué feo.
Buscar montañas y descubrir
un rostro
que deberías ser tú, pero tú
no eres,
porque tú no vistes de esos
ojos sin luz
no habitas esa piel adulta
ni esa sonrisa ausente.
Volar era otra cosa, pienso.
Los guacamayos saben.
Los niños con capa,
los magos, Peter Pan,
los dientes de león,
las hojas de los sauces.
Saben.
Los aviones
simplemente te llevan
veloces e insensibles
desde una nostalgia,
con su herida,
hasta la próxima.
Invierno 2106
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