Una
Y griega desgastada en mi teclado.
Tal
vez sea el único recuerdo de Yosune
que
el tiempo ha conseguido arrebatarme.
Una
sola letra,
borrada,
para
confirmar que todavía
hablan
de ella todas
y
cada una
de
mis canciones.
El
resto del teclado queda
como
yo,
mudo,
callado.
Sin
ella no bailan,
la
pluma ni el aire.
Silencio.
Duele
escuchar tus propios latidos,
trick,
track, trick, track,
cuando
suenan a roto
y
oxidado.
Como
el ruido de un árbol
cayendo
en el desierto.
Silencio.
Para
ella que no lee nacen mis versos,
para
ella que no escucha, mis canciones.
Y
yo sin Y para decir: Yosune,
vuelve
ya que me arden las yemas
de
llorarte.
Y
yo sin Y para decir que ya
no
soy el yo que con ella era.
Que
si Yosune soplaba, giraba el mundo
y
volaban hacia el Sur bandadas de cometas
con
mil niños perdidos colgando de esas cuerdas
que
antes de Yosune
amarraban
anclas.
Una
sola letra.
Tecleo
a ciegas el recuadro negro
donde
yacía su inicial exhausta,
y
como un pianista en éxtasis
embuclado
en su canción monótona
martilleo
hasta la afonía de los dedos:
y, y, y, y, y,
yo,
yo, yo, yo,
y
me taladra los ojos
la
N impoluta
del
nosotros.
Una
sola letra.
Y
silencio.
Cuando
se fue
se
llevó consigo
el
resto del abecedario.
Pablo García-Inés
@pablogarciaines
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