*A Isaac Mallol, el pintor de la selva
En las noches amazónicas la oscuridad barre en apenas minutos el vivo mosaico multicolor del día, y es entonces cuando empieza el espectáculo musical. Miles de sonidos nacidos de las sombras se conjugan y entremezclan, creando melodías imposibles. Los cánticos brotan bajo la sigilosa batuta del crepúsculo, y así se conviertede golpe la selva en la mayor orquesta viva del planeta.
Sorprende saber que todos, absolutamente todos los ruidos que de la noche nacen y en la noche habitan, son sexo y nada más que sexo. Ranas, grillos, insectos, monos, aves de todos lostipos y colores, y hasta el mismísimo jaguar, se dejan las gargantas en el impresionante cortejo amazónico. Cada canto es una llamada a la continuación de la vida, y es de tanto amor de donde nace la riqueza de este templo a la biodiversidad.
Da qué pensar. En este mundo de supervivencia diaria, de predadores y peligros, de vencedores y vencidos, el más mínimo murmullo puede llevarles directos a las fauces de su peor enemigo. Pese a ello el ansia de compañía es más fuerte que el más fuerte de los miedos, y aquí el silencio no existe, ni existe amenaza alguna que les consiga callar.
Cierro los ojos, escucho,y disfruto del regalo. Me estremezco pensando que todas y cada una de estas músicas son gritos de desesperanza lanzados al viento, donde cada alma le pide al cielo alguien con quien, esa noche, compartir su soledad.
Pablo García-Inés
Cuadernos amazónicos:
Yasuní, selva sagrada.
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