* “¿Qué error cometió mi hijo? Solo tenía 11 meses” El bebé de un fotógrafo de la BBC en Gaza muere en un ataque israelí. Ver el video.
Pues claro que tenía que escribir algo sobre Gaza.
Cómo no hacerlo.
Es sábado.
Creo que hay fiesta en Ciudad Universitaria.
Tal vez.
Tal vez tengan la música tan alta
tan fuerte
que no escuche las explosiones de Palestina.
retumbando en mi cabeza.
Si. Así es.
Cruel, como la vida misma.
Mientras esta noche las bombas destripen,
descuarticen, destruyan, asesinen,
estaré bailando
indiferente,
entre afortunados,
extrañas danzas en honor a la muerte
de otros
siempre de otros.
¿A quién le importa?
Todo, hasta la muerte, o más aún la muerte
es relativo.
Son niños,
muchos niños, bebés.
Culpables. Por supuesto.
Son árabes. Son perros.
Ellos, nuestros amigos,
los que tienen bancos y poderosos lobbys
los que nos compran armas y crean puestos de trabajo
jamas matarían humanos.
Ellos no son monstruos,
son víctimas de otros monstruos
con bigote y esvásticas,
con turbantes y barbas,
y ahora tan solo se defienden
a base de muerte
y otros eufemismos
colaterales.
Ellos, que conocen el dolor de un pueblo
jamás matarían humanos.
Omar era un terrorista.
Joven, de los que son más peligrosos.
Tenía 11 meses sí, la mejor edad
para acabar con el enemigo
de raíz.
Él se lo había buscado.
Por nacer donde las cifras
no son gente, nombres, cumpleaños, sueños, carcajadas, vidas
arrebatadas.
Son cifras.
Solo cifras.
De las que no duelen
ni atragantan la comida
en el telediario.
Su padre llora
con la cifra en brazos.
A veces duele perder una cifra
cuando fue tuya,
cuando querías oírle decir papá,
cuando está fría
desfigurada
muerta.
Es sábado, hay fiesta en Madrid.
Tal vez comente con algún amigo
con rabia
que me duele aquello de Palestina
y si el alcohol me sincera
confesaré que he llorado 10 minutos
por todas y cada una
de las cifras.
A quién le importa.
No son niños rubios de colegio bilingüe de algún país del norte
no se llaman Mike, ni Abraham, ni Michele,
ni Manuel, ni Francesca, ni Marie.
Ya está.
Ya he cumplido, ya he limpiado la sangre de mis manos.
Otro estúpido poema sobre niños muertos
sobre cifras
escrito desde el sofá.
Me voy a bailar y a emborracharme.
¿Bombas, llantos, gritos?
Suban la música
por favor.
Pablo García-Inés
Noviembre, 2012, con lágrimas en los ojos.
Pues claro que tenía que escribir algo sobre Gaza.
Cómo no hacerlo.
Es sábado.
Creo que hay fiesta en Ciudad Universitaria.
Tal vez.
Tal vez tengan la música tan alta
tan fuerte
que no escuche las explosiones de Palestina.
retumbando en mi cabeza.
Si. Así es.
Cruel, como la vida misma.
Mientras esta noche las bombas destripen,
descuarticen, destruyan, asesinen,
estaré bailando
indiferente,
entre afortunados,
extrañas danzas en honor a la muerte
de otros
siempre de otros.
¿A quién le importa?
Todo, hasta la muerte, o más aún la muerte
es relativo.
Son niños,
muchos niños, bebés.
Culpables. Por supuesto.
Son árabes. Son perros.
Ellos, nuestros amigos,
los que tienen bancos y poderosos lobbys
los que nos compran armas y crean puestos de trabajo
jamas matarían humanos.
Ellos no son monstruos,
son víctimas de otros monstruos
con bigote y esvásticas,
con turbantes y barbas,
y ahora tan solo se defienden
a base de muerte
y otros eufemismos
colaterales.
Ellos, que conocen el dolor de un pueblo
jamás matarían humanos.
Omar era un terrorista.
Joven, de los que son más peligrosos.
Tenía 11 meses sí, la mejor edad
para acabar con el enemigo
de raíz.
Él se lo había buscado.
Por nacer donde las cifras
no son gente, nombres, cumpleaños, sueños, carcajadas, vidas
arrebatadas.
Son cifras.
Solo cifras.
De las que no duelen
ni atragantan la comida
en el telediario.
Su padre llora
con la cifra en brazos.
A veces duele perder una cifra
cuando fue tuya,
cuando querías oírle decir papá,
cuando está fría
desfigurada
muerta.
Es sábado, hay fiesta en Madrid.
Tal vez comente con algún amigo
con rabia
que me duele aquello de Palestina
y si el alcohol me sincera
confesaré que he llorado 10 minutos
por todas y cada una
de las cifras.
A quién le importa.
No son niños rubios de colegio bilingüe de algún país del norte
no se llaman Mike, ni Abraham, ni Michele,
ni Manuel, ni Francesca, ni Marie.
Ya está.
Ya he cumplido, ya he limpiado la sangre de mis manos.
Otro estúpido poema sobre niños muertos
sobre cifras
escrito desde el sofá.
Me voy a bailar y a emborracharme.
¿Bombas, llantos, gritos?
Suban la música
por favor.
Pablo García-Inés
Noviembre, 2012, con lágrimas en los ojos.
Brutal. Lo que cuentas y cómo lo cuentas. Es una pena que haya que escribir cosas así y que no sean sólo fruto de una imaginación descarriada...
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